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MIGUEL ANDREIS | En el Día del Animal, una simple historia entre un perro y un caballo

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Seguramente historias como la que aquí narramos deben multiplicarse en cada lugar donde exista un caballo, un perro y un hombre.

Esta historia ocurrió en la ciudad de Garín (Provincia de Buenos Aires) y fue reflejada por el periódico existente en dicha localidad. La misma tiene que ver con una “amistad” que los seres racionales quizás, no siempre podamos comprender en su estricta dimensión. Un sentimiento que los hombres no pocas veces creemos que nos pertenece como un patrimonio absoluto.

“Fede” es uno de los tantos perros sin raza que habitan esas casas que rodean al pueblo. El largo patio de más de cien metros apenas tiene dos alambres panzones que van de punta a punta. Para “Pájaro”, un caballo criollo, blanco y algo pazuco, que anda por los 17 años, no necesita de más hilos. El frío se hacía sentir. No precisaron demasiado, cortaron los hilos, una manea al cuello y Pájaro en momentos desapareció. Fede gruñía, encaraba y no paraba de ladrar.

El propietario del caballo asentó la denuncia en la policía del lugar. Tres días después desaparece “Fede”. El dueño pensó “¡Al “Pájaro” lo pueden vender, pero al perro…!”. Primero lo asociaron con una actitud de celo del can; más tarde no faltó quien dijo que lo vieron detrás de una perra en celo. No dejaba de sorprender la actitud porque jamás había desaparecido en cinco años. Por otra parte este cusco se pasaba gran parte del día en el corral o con los niños de su dueño.

A las dos semanas regresa “Fede”, flaco casi raquítico, pelos erizados, y varios tajos en distintas partes. Rastros de otros colmillos que se clavaron en su anatomía.

Ernesto Nivello, así se llama el propietario, no ocultó su sorpresa ni su alegría cuando lo vio regresar. Tanto a él como a su esposa le llamó la atención que animal no ladraba, desplegaba un aullido largo y lloroso. Es como que los buscaba. Algo quería indicarle a este hombre, trabajador rural.
Cuando Nivello salía al patio el aullido lo conmovía. Decidieron atarlo. Dos días más tarde lo dejaron en libertad. “Fede” volvió a desaparecer para regresar una semana después. Movía la cola y apretaba un sollozo. Obviamente que nadie lo relacionaba con la desaparición del caballo.

Una soga al cuello y…

El perro iba y venía en cuestiones de días. Pasando un mes largo, un fin de semana, Nivello decidió seguir en bicicleta a “Fede” que le fue marcando un camino. Luego de casi hora y media de pedaleo arribaron hasta un campo. Golpeó la mano y observó como Fede desaparecía en un potrerito pegado a la vivienda, mientras el hombre entablaba un diálogo con el propietario de la chacra. Rato después su sorpresa alcanzaba un grado de paroxismo: perro y caballo ladraban y relinchaban pegados al alambrado. No hicieron falta más palabras. El intercambio con el campesino no fue de lo más cordial, pero eso no agrega demasiado. Una soga al cuello de Pájaro, y los increíbles saltos de Fede.

Ernesto trepó a la bicicleta y los dos animales por detrás regresaron a la vivienda cercana al poblado. Si la situación había sido conmocionante y curiosa, lo fue más al llegar a su rancho. Allí, el resto de la tarde, como niños desaforados no pararon de correr Fede y Pájaro. Mientras uno ladraba el otro relinchaba, intentando darles topetazos, como diciéndole gracias.

Una lealtad que no siempre comprendemos, a veces está delante de nuestros ojos y no la vemos. Es cierto que no deja de ser una historia simple. Posiblemente hasta frívola, pero cuántas enseñanzas nos dejan esas cosas simples de enorme dimensión que nos suelen regalar los animales…


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