En su columna de “La Mañana Informal”, Ariel Baysre revive la extraordinaria historia de Pablo Castaibert, un francés autodidacta que llegó a Argentina y, sin experiencia previa en vuelo ni instrucción formal, se convirtió en uno de los grandes pioneros de la aeronáutica nacional y continental.
Desde su taller en Villa Lugano, en 1910, Castaibert construyó y voló sus propios aviones, dando origen a la primera fábrica de aviones en serie de Sudamérica. Entre 1910 y 1916 produjo 15 monoplanos artesanales, fabricados con madera de fresno y cuerdas de piano, que rompieron récords de altitud y fueron exportados a Uruguay junto con su taller e instalaciones.
Uno de sus modelos más destacados, el Castaibert III, marcó un hito al establecer marcas de altura para la época. Además de constructor, fue formador de pilotos, entre ellos Amalia Figueredo, quien se convirtió en la primera mujer aviadora de la Argentina.
Aunque su nombre ha quedado algo relegado en la historia oficial, un monumento en Villa Lugano, cerca del antiguo aeródromo, mantiene vivo el recuerdo de este visionario que voló por primera vez sin haber sido nunca pasajero, dejando una huella profunda en la aviación nacional.