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MIGUEL ANDREIS | ¿! Y si tu mujer te cobrase para hacer el amor … ¡?

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Escribe: Miguel Andreis  –   No sabría explicar cuándo lo conocí a Fede. Seguramente hace más de 30 años. Entiendo que llegó a la villa proveniente de Córdoba. Casado al poco tiempo con una docente villamariense. Bella mujer. Bella en todos los órdenes. Tuvieron tres hijos. Dos mujeres y un varón. Habíamos entablado algo cercano a la amistad dada una militancia política que compartíamos allá por los ochenta.

Un buen administrador de las adversidades
Pasó el tiempo y cuando nos encontrábamos, casi siempre en pareja, compartíamos un café o lo que fuese. Siempre el tema de la actualidad, después de las preguntas de rigor como ¿y tu familia cómo anda? Las respuestas no variaban. Contaba sobre su laburo, había cosechado un buen pasar económico, vivienda nueva y costosa. Viajes al extranjero. Fede son de esos tipos amenos. Pausado. Podría decirse que un buen administrador de las adversidades. Virtudes de pocos.
Días pasados, cuando el calor no nos había abandonado aún, estando yo en una confitería- heladería de la calle Entre Ríos, esperando la llegada del grupete de siempre, detuvo el auto, se acercó y el abrazo de siempre.
Caminó hacia la mesa: “Colorado, ando medio apurado, sin embargo, tengo la necesidad de contarte algo de lo que me pasó, es decir, me pasa, para que lo cuentes. Lo escribas…” asentí con la cabeza y me transformé en un oidor profesional.

Bella mujer

“Lo primero, no te rías – ensartó dialécticamente-, ¿vos te acordás de mi mujer?” Respondí que sí. “Bien, sigue linda como siempre, madraza, abuelaza, nunca me dio motivo alguno para quejarme por algo serio. Desde siempre noté que a ella el sexo no le importaba demasiado, le daba lo mismo. Nunca pude detectarle un orgasmo aunque siempre dijo lo contrario. Y te aseguro que con los sesenta que tiene encima sigue manteniendo su belleza. Primero pensé que se trataba de los chicos, de nuestros hijos, luego de algún problema hormonal. Nunca, pero nunca fue de esas amantes que te estrujen las vísceras. Finalizábamos y cada uno para su lado. Casi cuarenta años con lo mismo. Primero no me importó demasiado ya que de por medio y por algunos años, vos lo sabés, tuve aquella historia con la doctorcita, flaca fenomenal que cubría con creces esos faltantes. Aquel amorío se terminó hace tiempo y esa historia no nos trascendió. La petisa –esposa- enloquecida por traer los nietos a dormir a casa. Yo también los disfrutaba. Los disfruto, pero… Se jubiló a los cincuenta por una ley, creo que le llamaban anticipada… a los cincuenta y pico. Nada se modificó en sus deseos. El contexto de humedades compartidas no tenía demasiados cambios al momento de las intimidades, eso, hasta hará unos tres años, donde una noche, yo, ya con el televisor dispuesto para ver Boca, ella sale de bañarse con una ropa interior que nunca me imaginé que podría usar. Se me dieron vuelta los ojos. Pensé que se le había pirado el balero. Bata transparente, sin corpiños, lo demás te lo podés imaginar. Me llamó la atención. ¿Qué pasa aquí? Pensé en silencio. Se preparó dos wiskis y los acercó en una bandeja que jamás usamos- me soltó en voz baja: “tengo que hablar con vos de algo que me pasa… hace años que debí decírtelo y no me atreví…”. “Me paralizó… Lo primero que se me cruzo es, ésta me está metiendo los cuernos con alguien. No hay otra. Ella bebió lentamente y arrugó el rostro. Nunca la había visto beber alcohol. Cruzó las piernas y en voz baja soltó: “de ahora en más, cada vez que tengamos relaciones sexuales quiero que me pagues y, el dinero, lo pongas sobre la mesa de luz. No lo quiero tocar. Cada cosa o pretensiones, tendrá su valor –no usó la palabra precio-. Me pareció no escuchar bien el “quiero que me pagues” Pregunté no de buena forma: ¿Qué te pague? Vos estás en pedo, quién te crees que sos…”

Espíritu de trola?
Fede le puso freno a su narrativa. Pidió otra lágrima. Continuó: “lo primero que me salió sin perder el formato dialéctico de ordinariez, fue decirle ¿Cuántos años te guardaste este espiritu de trola? Se molestó y estuvo a punto de llorar. Aguantó respirando profundo. No me entraba en la cabeza lo que pretendía, hasta pensé en llevarla a un psiquiatra o un psicólogo. Indudablemente nunca pude saber qué es lo que emocionalmente la atravesaba. La atraviesa”.

Hizo un paréntesis para terminar la lágrima. “Lo cierto es que al cabo de unas semanas accedí a la propuesta. No sin vergüenza. Pero di el brazo a torcer. La primera vez especulé que no era ella. Disfrutaba y me hacía disfrutar como nunca antes. Todo estaba permitido. Más de una vez me encuentro especulando qué factor generó esa mutación, tal vez una enfermedad. ¿Puede cambiar tanto a una persona? Lo consulté con un profesional amigo que como toda respuesta me lanzó “aprovechá gil, qué te importa qué se le despertó, si los dos la pasan de maravillas. Mientras puedan, denle nomás”. Ahora reflexiono, una lástima que esto nos llegó tan tarde, ya con la vejez mordiéndonos los talones…”

Perdóname por la pregunta –aludí con cierto pudor- ¿Y ella qué hace con la guita?

“El flaco sonrió, no lo sé ni me preocupa. Supongo que es con la que les da los gustos a los nietos o a nosotros… El año pasado me invitó a uno de los mejores hoteles de las Cataratas (Iguazú) por quince días. Garpó todo ella, era la suya”
Quiso pagar él las dos lágrimas y el café. Nos abrazamos, dio tres pasos y se dio vuelta, sonriendo sentenció… “Colorado, después de todo, alguna vez viste que alguien pudiese llevarse algo de guita en el jonca del final… La plata solo sirve para darte los gustos… entendiste, darte los gustos… claro, me costó mucho, muchísimo, entenderlo”


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