Estados Unidos en la búsqueda de una puerta al Medio Oriente en Latinoamérica…
Escribe: Miguel Andreis
En Asunción (de Paraguay) cuesta encontrar un lugar donde tomar algo apenas pasada la medianoche. Es sábado y estamos en pleno centro. La recomendación dada por el conserje del hotel fue: “No se alejen demasiado”. En las esquinas, casi niñas, esperan a algún cliente que les salve la noche. Tienen una particular belleza y una mirada que conmueve. Es otro país. La asimetría social, choca. Charcos de aire fresco se escapan de los hoteles (copete)
Quien nos entregaría el nombre del “contacto” en Ciudad del Este, demora en arribar. Se presenta y estira su mano mojada de transpiración. No perdió su tonada cordobesa. Se sienta y elabora un croquis (casi indescifrable) y escribe el nombre: Fernando. Ése sería el contacto. Nos indica reiteradamente ¡¡cuidado!!: “Miren que allí no hay a quién recurrir”. Bebe su segundo jugo de frutas y deja saludos para sus familiares de la Docta.
Partimos de Asunción cerca de las 9. El sol ya hería; hay que cubrir 400 kilómetros, en rutas que juegan a la escondida. Debíamos cruzar gran parte de un país al que tiranías políticas; guerras que lo diezmaron, intereses mafiosos, sumados a una expoliación interior y exterior, parece haberlo detenido en varias décadas atrás. El hambre de millones contrasta con la opulencia de una minoría.
El calor y la humedad son una constante, más cuando se avanza en zona semi selvática. Los peajes, extremadamente costosos si se los compara con los argentinos. Alcanzar la mítica Triple Frontera nos lleva varias horas de viaje.
La idea era elaborar un concepto propio sobre lo que tanto se habla: la instalación de los marines norteamericanos en ese punto; y cuánto de verdad encierran las versiones sobre las operaciones comerciales que allí ejercerían representantes del Hezbollá, Al Qaeda o Hama´s.
La Triple Frontera
Sitio que en pocos kilómetros contiene miles de millones de metros cúbicos de agua potable del Paraná y otros ríos y una riqueza natural superlativa, casi triangularmente se enclavan la paraguaya Ciudad del Este (fundada en 1957); Foz Iguazú (Brasil) y, algo más alejado, Puerto Iguazú (Argentina).
Un sitio estratégico en la geopolítica internacional, según lo escrito, entre otros, por la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice. En la pasada década del ´80, el ex jefe de inteligencia de EE.UU., John Negroponte, comenzó a insistir con que esa zona selvática era centro de operaciones financieras del “terrorismo islámico”. ¿Son los recursos hídricos los verdaderos intereses que le atribuyen al país del Norte? ¿La instalación de marines operando responde a tales propósitos?
En cada cuadra una o dos personas fuertemente armadas. La mayoría civiles
Arribamos a media tarde del domingo. Todos los antecedentes que fuimos acumulando no reflejaban ni lejanamente lo que era dicha urbe un día feriado. Casi desierta de vida humana y atiborrada de negocios opacos y grises que invadían las arterias. Su perfil era tétrico. Intimidaba.
La búsqueda de un hotel, con algunas condiciones mínimas de confortabilidad, nos movilizó de un lado a otro. Una extraña sensación de temor nos fue invadiendo cuando comenzamos a descubrir cuadra a cuadra, personas portando armas largas (modernas ametralladoras e Itakas), colgando de sus hombros cintas con cartuchos y balas; unos pocos uniformados, los demás de civil con chaquetas que indicaban en sus espaldas “Seguridad privada”. Nos rememoró viejos tiempos de Argentina. ¿Qué sentido tenía tantas armas? ¿Qué es lo que custodian tan celosamente?
Hallamos varias jovencitas con una especie de turbantes en la cabeza, iban rumbo -luego nos explicaron- a una de las mezquitas. Habría varios de esos templos.
Recordamos aquello de que allí la ley es una utopía. “Cuídense, miren que no hay a quien recurrir”. Por ejemplo, robar e inscribir como propio un vehículo nos es problema alguno. Bastará trasladarse hasta un pueblo vecino y en ese condado el rodado pasará a ser del portador. Luego lo publicitan en diarios para su venta, bajo un código que los identifica, queda en claro que son unidades que no se las pueden cruzar las fronteras
Los cruces
Uno de los periódicos con el que se informan en el lugar cuestionaba severamente al cónsul brasileño Fernando Cruz de Mello “por calumniar internacionalmente a nuestra ciudad». Había dicho que “allí sólo existe la piratería; contrabando de armas y estupefacientes, que nadie trabaja honestamente». En el hotel apenas nos solicitaron nombre y apellido pero ninguna documentación. La población se estima en algo más de 20 mil personas. Posteriormente nos aclaran que esa cifra es oscilante. Uno de los conserjes nos indica que saquemos el cartel de “Prensa” del vehículo. “Aquí no se quiere a los periodistas ni a los que preguntan demasiado. Y guárdenlo en la cochera para evitar malos ratos”.
La aduana algo más rigurosa es la argentina. En las otras, apenas un formulismo burocrático absolutamente ineficaz para la función creada. Todo se puede pasar, coima mediante.
En la televisión por cable, cinco canales donde se habla en árabe
La habitación era con televisor y aire acondicionado. El ventilador refrescaba más. Si los hombres armados nos habían intimidado; encontrarse en la pantalla chica con cinco canales hablando árabe o traduciendo (subtitulando) debates y otras propuestas de Medio Oriente en esa lengua, sonaba más que extraño.
Desde hace años, para los argentinos, todo lo que diga o haga Estados Unidos suena a distorsión de la realidad. A falacia. No obstante, ese sitio debe ser único en Latinoamérica. Patéticamente único. Habían encontrado argumentos para instalar unos mil quinientos marines.
A pocas cuadras del hotel está la aduana. Ya entrado el sol salimos en busca de algún alimento. No hay negocio abierto. La iluminación es escasa y las calles olvidadas de arreglos. Luego de varias vueltas, hallamos algo similar a un rotisería-heladería- cafetería. Las mesas eran ocupadas por algunas parejas. Solicitamos un par de hamburguesas. Mientras esperábamos, un ratón, de respetable tamaño, ingresó por una entonada puerta de vidrio. La dueña del local ni se inmutó cuando le señalamos el visitante. Debió ser un “cliente” habitué del lugar. Nunca sentí tanto asco por una hamburguesa, pero no había otra cosa.
En distintas frecuencias podía apreciarse ritos islámicos. Cambiamos de canal y en uno repetían terroríficas imágenes de Irak. Esas puestas en escenas no son parte de la información que nos llega cotidianamente.
A las 8 en punto estábamos desayunando dispuestos a buscar a Fernando. Tiene una casa de artículos electrónicos. La noche anterior, un argentino, que forzadamente se radicó allí hace una década, nos comentó en voz baja que aquel punto, presuntamente, es una generadora de dinero para grupos islámicos como Hezbollá, Hama´s y tal vez Al Qaeda. Y señala a Assad Ahmad Barakat, como el hombre del poder recaudatorio.
Era otra ciudad. Miles y miles de hormigas con formas de personas tomaron comercialmente hasta el último metro cuadrado. Todos los idiomas habitan allí. Se puede contar por cientos las tiendas de libaneses, sirios y chinos… Todo es válido mientras no se rompan sus códigos. Allí se puede “tranzar” desde equipos electrónicos, cigarrillos y whiskies, armas, drogas, topadoras o submarinos. Solo será necesario encontrar el contacto que acerque las partes.
Con el croquis en mano, comenzamos a buscar a Fernando. Nada simple. Los negocios se extienden a lo largo de todas las veredas. Las galerías son interminables. Los aires acondicionados licuan un olor indescifrable. Los hombres armados se multiplicaron. Cerca de la una de la tarde, y unas mil vueltas, dimos con Fernando. Ni sonrió cuando nos presentamos. Menos aún cuando le explicamos quién nos había dado su nombre. Fernando es iraquí. Habla un aceptable castellano. Nos muestra una cámara fotográfica digital (que debimos comprar y aún hoy no podemos hacer funcionar), miró para todos lados y sintetizó con el ceño fruncido la respuesta: “Es verdad, aquí, en la zona selvática hay marines norteamericanos, unos mil quinientos. De los demás no hablo. Ustedes no me garantizan nada. No sé quiénes son o qué buscan”. Insistimos -con indisimulado recelo, una seña de él podía costarnos la vida-, sobre cuánto de cierto hay en que ese punto se generan recursos para el Hezbolá, Hamas ó Al Qaeda. No nos baja la vista ni disimula su molestia. Con aires de convicción nos arroja: “Las guerras se sostienen con dinero… si sale de aquí o no, no lo sé…Aquí la mayoría somos árabes islámicos…”. Comprendimos que algo ocultaba. Tenía razón, las guerras se sostienen con dinero… y Ciudad del Este es una ciudad muy particular…